Ciudad de Panamá (Parte III – El canal y el búnker de los gringos)


Cuando uno piensa en Panamá lo primero que se viene a la cabeza es el canal. Ir al país y no conocerlo es como visitar París y no tomarse una foto con la torre Eiffel: algo totalmente imperdonable. Así que en mi segundo día en el istmo esta mega estructura sería el destino elegido. Pero primero, el cerro Ancón. 


Ubicado a 199 metros de altura, esta formación montañosa es el punto más elevado de la ciudad. Aunque ascender a su cima no es una actividad que requiera de una gran exigencia física, confieso que llegar a lo más alto del cerro me dejó agotado. Sediento, descubrí con sorpresa que en el lugar – contrario a lo que estamos acostumbrados en Colombia - no hay ni un solo vendedor de agua (gaseosa, jugo de naranja, masato o cualquier otro tipo de bebida o comida). No esperaba encontrarme un desfile de vendedores como el de Monserrate, pero me sorprendió que un lugar que se encuentra entre el top de sitios para visitar en la ciudad, sólo hubiera una persona vendiendo suvenires. Eso, sumado a la tranquilidad que da la naturaleza, convierte al cerro en un lugar perfecto para alejarse de la modernidad y el bullicio de la ciudad, verla desde lejos y tomar buenas fotos. Además, según me dijo un taxista de la ciudad (porque durante todo mi viaje los taxistas también cumplieron la tarea de guías turísticos), en el cerro Ancón existe un búnker en el que militares estadounidenses vigilan Latinoamérica ... 

Vista de la ciudad desde el cerro Ancón

Otro lugar perfecto para relajarse, pasar un domingo de descanso, y sitio al que no se debe dejar de ir en Panamá, es la Calzada de Amador, una vía que conecta la parte continental de la ciudad con cuatro islas del Océano Pacífico: Naos, Perico, Culebra y Flamenco. Recorrer este archipiélago se puede hacer a pie o (muchas más divertido) en una de la ciclas grupales que alquilan en el lugar. La oferta gastronómica es amplia, así que el problema a la hora de almorzar será escoger entre los muchos restaurantes que se encuentran en el lugar.


Al iniciar la calzada encontrará el Biomuseo, que aunque no logré visitar en su interior, sí se mereció más de una foto de mi parte. Diseñado por el famosísimo arquitecto Frank Gehry (el mismo que creó el Museo Guggenheim de Bilbao), es una estructura colorida, recientemente inaugurada, que llama la atención.


Camine sin prisa y guarde en su memoria el reflejo del sol en el mar, pesque. Cómase un helado, busque la versión panameña de Popsy y siga caminando. Si quiere hacer compras, entre al Amador Duty Free (“con las mejores promociones sólo para turistas”) y regálele a su jefa un perfume de buena marca a un buen precio. Llegue hasta el final del archipiélago y escoja entre Bucaneros, Búfalos o Leños y Carbón. El límite es su bolsillo. 


La mejor forma de entender la historia y el funcionamiento del canal de Panamá es visitando las esclusas de Miraflores. Llegar allá es relativamente fácil y barato en taxi. En mi caso, el primero que paré se ofreció a llevarme a mí y a 4 personas más en 30 dólares, precio que de inmediato me pareció extremadamente caro. Luego de una ardua negociación con otro amarillo, este un poco más viejito, la carrera se redujo a 10 dólares, valor que, creo, fue justo. 

La entrada a Miraflores cuesta 15 dólares para adulto y 12 para menores de 6 a 12 años. Yo, como un niño emocionado, corrí a la terraza y miré cómo remolcaban un barco inmenso. Tuve suerte porque, según decían por los parlantes, era el último de ese tamaño que cruzaría en el día. Luego, sesión de fotos y videos para inmortalizar el momento.


Antes de ver los barcos cruzar, fíjese en el horario de proyección de la película en su idioma (hay funciones muy seguidas) y véala, no es para nada aburrida. Me emocionó ver las imágenes de estudiantes protestando contra los gringos por la devolución del canal y el júbilo de los panameños cuando, ¡por fin!, se les regresó. Me sentí melancólico al recordar que Panamá una vez fue parte de Colombia y que estuvimos cerca de haber construido el canal con la ayuda de los franceses. No puede evitar tener pensamientos del tipo “¿qué hubiera pasado si Colombia y Panamá nunca se hubieran separado?” “¿Habríamos sido capaces de hacer esta maravilla o, licitación tras licitación, adición presupuestal tras adición presupuestal, se hubiera terminado con un canal a medias?”. En vez de llorar sobre la leche derramada, continué mi visita en el museo. 

Las salas de exhibición del Centro de Visitantes son, además de educativas, entretenidas. En cada de uno de sus niveles se encontrarán datos nuevos sobre el canal: su pasado, presente y un futuro que se ve promotedor con las obras de ampliación. Para los más pequeños, el simulador de un barco que cruza el canal es imperidble. Incluso para los adultos la posibilidad de manejar un barco (así sea de mentiras) se ve tentadora. Lo hubiera intentado de no ser por la cantidad de turistas que había en el lugar… 

Aprovechando su relativa cercanía con las esclusas, visité el Parque Municipal Summit, una especie de jardín botánico y zoológico en el que se cuida de animales rescatados de las manos de traficantes de especies exóticas. Aunque la cantidad de animales es mas bien escasa, vale la pena visitar el lugar por conocer el ave nacional de Panamá: la águila harpía. 

Al ser una visita tan corta, me he prometido volver al istmo. Ciudad de Panamá parece ser solo un gran abrebocas de las maravillas que esconde este país al que vale la pena explorar con calma y tiempo.